Madeleine se esfuerza, me toma de las manos y respira hondo, como si toda su vida dependiera de ese último aliento. Se lanza, la pierdo de vista. Como un frasco de tinta derramado sobre el agua, sus cabellos flotan tomando formas caprichosas sobre ésta. Vuelve a emerger, estira sus brazos y empieza a patalear. Traga agua, hace puchero. Es imposible -me dice. Todo es posible si haces de tu vida una nube y te abrazas al cielo que reflejan estas aguas -pienso.
La memoria del río me sonríe: los ángeles han sido hechos para volar y no para el agua. Si dios quisiera que los ángeles naden los habría hecho peces. Cierto, decido entonces hacer de mi vida un cielo azul, que se manche de nubes solo a veces, sólo para que los ángeles puedan descansar, en sus tardes de vuelos sin escalas, al país de los recuerdos y paseos infinitos.
La memoria del río me sonríe: los ángeles han sido hechos para volar y no para el agua. Si dios quisiera que los ángeles naden los habría hecho peces. Cierto, decido entonces hacer de mi vida un cielo azul, que se manche de nubes solo a veces, sólo para que los ángeles puedan descansar, en sus tardes de vuelos sin escalas, al país de los recuerdos y paseos infinitos.
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