No me preguntes nada de tus ciencias formales, erudita, porque nada sé. Pregúntame si quieres del vacío de la noche o de la lluvia que todo lo limpia. De las aceras mojadas camino de mi casa, de mis mañanas con sabor a naranja o del silencio que alberga mi alcoba cuando el sol se desangra. Pregúntame del camino del sol sobre las aguas de los ríos, de mis huellas extraviadas, de tus linderos prohibidos. De mi melancolía y su tibia soledad. Pero no me lances tus preguntas sin respuesta. Ni me confíes tus secretos imposibles de guardar, porque los guardaré; y eso me pesa. De verdad, me parte el alma. Mejor pregúntame de la noche y su silencio. De la tarde haciéndose vieja o de tu sombra crecida al ocaso del día. De la tristeza que marchita por momentos la alegría. De la belleza del dolor. Pregúntame por el sabor de sus mejillas, por el silencio en su mirada, por el lenguaje secreto de sus besos o el aroma del café por la mañana. Pregúntame de la luna y su cuarto creciente, del murmullo de sus bosques cada día más lejanos, de sus pechos de naranja, de sus labios meridianos. Pregúntame por el instante pleno de la tarde, por la sonrisa precisa que cura y alivia, por la poesía que no precisa de palabras, como cuando ríes y sé que de algo me hablas. Pregúntame por las cosas que no saben morir y te mostraré lo irrisorio de tus certezas absolutas, lo fútil de tus prisas cotidianas, la miopía de tus teorías prospectivas, el despropósito de tu eterna competencia. Pregúntame de esas cosas y, de las demás, lo que te plazca; pero no me preguntes nada de tus ciencias formales, sólo eso te pido. No me complace ese, tu saber.
1 comentario:
Genial!
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