04 enero 2008

La chica de al lado

Nunca llegué a conocer su nombre, sólo supe de su peso, de sus gustos y sus arrebatos. Solía toparme con ella en la esquina de la oficina. Cada vez que tenía un antojo, salía a la esquina y allí estaba ella; siempre. Pronto me enteré que su debilidad eran los Tortees, que le aterraba llegar a pesar 60 kilos y que discutía con su enamorado porque no la recogía después de clases.

En ocasiones, al verme, ella parecia preguntarse si, a lo Jason Bourne, yo la espiaba desde algún edificio próximo con acceso a su ventana sólo para coincidir con ella en sus recesos; pero no, lo nuestro era natural, lo juro, como si el destino -si es que existe algo parecido- intentase ligar nuestros caminos.

Con frecuencia me preguntaba cual sería su nombre, hasta que un día le solté la pregunta y me respondió con una gran sonrisa que Erika.

-Erika, lindo nombre, aunque no sé porqué te veo cara de Alejandra. Quizás sea ese tu verdadero nombre y tu no lo recuerdes. Quizás sea que tus padres quisieron llamarte así y a la hora que el párroco les preguntó cómo se llamaría la niña sus bocas los traicionaron y no pronunciaron tu nombre sino el que otras bocas creyeron conveniente (sabrás que las bocas tienen un sindicato poderoso); o quizás fueron los oídos del curita quienes se rehusaron a escucharlo y lo cambiaron por otro para confundir tu identidad, sólo dios sabe con qué propósito o inescrutables intenciones. Pero dado que la verdad me ha sido revelada y ninguno de los anteriores artificios ha logrado ocultarme tu filiación, te llamaré, pues, Alejandra.

No exagero cuando digo que el rostro de Erika se congeló. Puso cara de sorpresa y así se quedó por un rato, como si hubiera dicho algo malo mas que extraño... no sabía que pensar. Finalmente, parpadeó y con media sonrisa me preguntó cómo era que sabía eso, que en efecto ese iba a ser su nombre, pero que sus padres decidieron cambiárselo casi a último momento cuando se enteraron que ya había una Alejandra en la familia.

El destino, una vez más, me hacía muecas desde la otra esquina. Desde esa fecha y hasta la última vez que la ví la llamé de diversas formas... y tantos fueron sus nombres... que no estoy seguro si en realidad se llamaba Erika, o si iba a llamarse Alejandra, o si sólo me dio cuerda y nunca se retractó.

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