19 agosto 2008

Pink Tomate

6:00 a.m.

Llega Amarilla de una fiesta y me dice oye Pink cómo vas? y yo le contesto bien, todo va bien. Salvo mi corazón, todo va bien. Amarilla tiene el pelo revuelto, me acaricia y yo le doy un arañazo en una nalga, como para no perder la costumbre. Amarilla se dirige a la cocina y se prepara un café, mira por la ventana, se acaricia el pelo y me dice que la vaina está jodida y yo pienso que en verdad todo está jodido. Los árboles están jodidos, las calles están jodidas, el cielo está jodido. Las palomas están jodidas. Mierda. Yo también estoy jodido. Me dan ganas de ahogarme en salsa de tomate.

7:00 a.m.

Rojo o tal vez azul. No sé. El sofá donde está sentada tiene tal vez esos dos colores. Amarilla se fuma un cigarrillo. Se lo fuma sin afán. El humo azul de su cigarrillo me envuelve. Amarilla me lo echa directo a los bigotes. Amarilla se arregla las uñas y me corta uno de los bigotes. Puta mierda. Siempre hace lo mismo cuando está deprimida. Luego subimos a la azotea y Amarilla abre los brazos, respira y me dice que la mañana está perfecta para suicidarse. Entonces me agarra y me lanza a otra azotea que queda más abajo y yo doy vueltas y vueltas y por mis ojos pasan el cielo azul, los edificios, las nubes, el sol, las ventanas, los ruidos y finalmente caigo parado en la otra azotea en medio de un poco de ropa extendida y digo, mierda, esta Amarilla es cosa seria. Subo hasta donde está Amarilla y me acurruncho entre sus piernas y pienso, mierda qué rico. Me arrepiento de haber pensado en ahogarme en salsa de tomate.

(Opio en las nubes, Rafael Chaparro)

15 agosto 2008

Rollos de Maricarmen

Todo el mundo iba allí, el mundo por allí pasaba. El de conciencia social tenía que atravesar el sector bajando la mirada, yendo a hundirse en sus libros y a la cama temprano. Ellos, en ese como dulce y permanente movimiento de moscas, envolvían y polarizaban cualquier ofensa. Algunos, los más inquietos, les reprochaban su falta de talento para apreciar la noche, para tomársela, como decíamos, lo que significaba entonces que eran viejos, y otros, aún inteligentes, no salían de la certeza de que cuando llegara la hora de avaluar esa época, ellos, los drogos, iban a ser los testigos, los con derecho al habla, no los otros, los que pensaban parejo y de la vida no sabían nada, para no hablar del intelectual que se permitía noches de alcohol y cocaína hasta la papa en la boca, el vómito y el color verde, como si se tratara de una licencia poética, la sílaba no gramatical, necesaria para pulir un verso. No, nosotros éramos imposibles de ignorar, la ola última, la más intensa, la que lleva del bulto bordeando la noche. Cuando llegó fue mágica. El repentino fuego de los autos, las montañas a morado, la música de palmoteos y saltos y chillidos que entonaron los muchachos, yo sonreí y mis dientes y los de Mariángela se vieron brillantes en la nueva oscuridad, con fuerza de marfil, como para no cariarse ni acabarse nunca: digo, no es un proceso corriente tener que acostumbrarse a una noche que siempre llega así, siempre excepcional. Tal costumbre tiene que implicar locura. Por eso somos como somos.

(Que viva la música, Andrés Caicedo)

01 agosto 2008

Escribo

Mentiría si dijera que no escribo para ti, aunque no seas tú mi único motivo. Ni el primario en realidad. Escribo para todos los ángeles que han sabido alumbrar mi camino en sus tramos diversos; los que me enseñaron a perder el rumbo y a evadir las rutas de salida, a confundir la noche con el día, a no saber morir. Escribo para los amigos desconocidos que encontré en bares desconocidos, a los prófugos y a los cautivos, a las botellas vacías, al lenguaje universal de la noche. Escribo para los amores olvidados que buscan ser reivindicados, para los rostros transparentes que iluminaron mi sonrisa transparente, para aquellos que jamás volveré a ver. Escribo para una chica que caminó conmigo una tarde de otoño vestida de verano. Para perpetuar en mi memoria los momentos que dijimos, las distancias que acortamos, los silencios que callamos. Y escojo esta forma fragmentada como mi alma hecha de retazos de papel y nicotina; cruda amalgama que intenta dar sustento a las formas de tu ausencia y de la mía en estos días de apertura y desolvido.