26 febrero 2008

Tu sonrisa en cuarto creciente

Cuando nací, el mundo ya había sido creado, así que les ahorraré tiempo y les diré que no todos los males que lo pueblan provienen de mi. Bueno, sólo digo que no todos. Dicen mis padres que al nacer casi no la cuento, que de no haber sido por la cesárea hubiera terminado siendo ahorcado por mi propia madre... ok, por mi cordón umbilical -me corrigen-, que al fin y al cabo es para mí como una prolongación de sus extremidades y afectos infinitos. Creo que eso explicaría en parte porqué no me gustan ni las bufandas, ni el mantener un vínculo demasiado estrecho con ella: ambas pueden resultar asfixiantes. Y sí, es verdad; si examinan mi pasado amoroso verán que tengo una marcada tendencia a enamorarme de las primas de mis amigas, aunque existan notables disonancias que hayan contribuido a desmitificar esa regla. Y no, no suelo hablar en rima, ni le temo a los lugares plagados de gente, ni a las paredes que pueden escuchar las cosas que no siempre llego a decir. Es sólo que la vida en ocasiones te golpea, las cosas se complican, el tiempo no se sucede, y entonces los labios no ceden, no porque no quieran sino porque no deben y se rehusan a pronunciar las palabras que quisieras proferir. Y cuando eso se da, te sucede como al escritor que se enfrenta al terror de la página en blanco: o el silencio te mata o tú llenas ese vacío... en ocasiones, con palabras que no siempre quieres decir y que las sueltas como vienen: sin lavar, ni vestir… como las hallaste en el camino, sin preguntarte de donde venían, ni adonde querían ir. Y sigues ese sendero esperando que éstas te lleven donde quieres estar, y aguzas el oido al escuchar, el murmullo del riachuelo que emana del mismo corazón del bosque, que guarda a la niña cuyos ojos atraparon un retazo de sol en su mirada... y sin querer pierdes el rumbo, y buscas el camino de regreso intentando, tontamente, una melodía que encierre en parte las palabras que quisieras escuchar (antes de que el silencio lo engulla todo)… tu sonrisa en cuarto creciente.

24 febrero 2008

The Brave One

New York, the safest big city in the world. But it is horrible, to fear the place you once loved, and to see a street corner you knew so well, and be afraid of its shadow. To see familiar steps, be unable to climb them. I never understood how people lived with fear. Women afraid to walk home alone, people afraid of white powder in their mailbox, darkness and night. People afraid of people.

I always believed that fear belonged to other people, weaker people. It never touched me and then it did. And when it touches you, you know that it's been there all along, waiting beneath the surfaces of everything you loved. And your skin crawls, and your heart sickens, and you look at the person you once were, walking down that street, and you wonder, will you?... will you ever be her again?

It is astonishing, numbing, to find that inside you there is a stranger. One that has your arms, your legs, your eyes. A sleepless, restless stranger who keeps walking, keeps eating, keeps living.

There is no going back to that other person... that other place. This thing, this stranger... she is all you are now.


Erica Bain (Jodie Foster), The Brave One - Movie.